jueves, 24 de enero de 2008

Miércoles 23 de enero de 2008.

Es extraña la sensación que tengo hoy. No sabría definirla exactamente, pero para explicarlo de alguna manera diré que me muevo entre la alegría, el orgullo, la impotencia y la resignación. Todo esto en una mezcla que va pasando genealógicamente de la una a la otra y después se para en mi pecho en forma de pregunta. La verdad es que no es la primera vez que me siento así, si no que esta sensación se asienta en mí cada vez que oigo, veo o leo alguna noticia sobre la situación en Palestina.

Y la noticia que hoy figura en todos los medios de comunicación vuelva a despertarme estas sensaciones. “Éxodo masivo de Palestinos a Egipto tras el derrumbe de los muros fronterizos”[1] dice un titular en El Mundo. Lo que la noticia y las fotos nos quieren mostrar son miles de palestinos huyendo de Gaza a Egipto por un muro derrumbado.

La realidad es otra. La realidad no es que los palestinos huyan de Gaza, su hogar, su tierra.La realidad es que esos palestinos huyen de Israel. Si. Huyen de Israel porque es Israel la que mantiene un bloqueo contra Gaza que ha dejado sin alimentos, sin medicinas y sin energía toda la zona. Huyen de Israel, porque es el ejercito israelí el que todavía bombardea Gaza saltándose no se cuantas resoluciones de la ONU. Huyen de Israel, en definitiva, porque Israel quiere que huyan de él para poder mantener así su expansión colonial sobre terrenos palestinos.

Ese “éxodo masivo” no es una huida del territorio controlado por Hamas, es, más bien una huida facilitada por Hamas para que el pueblo palestino salga del campo de concentración en que Israel ha convertido Gaza. El muro que separaba Gaza de Egipto no ha caído solo, ha sido Hamas, en un intento por liberar a su pueblo quien lo ha derribado a bombazos. Por ahí han visto la luz los prisioneros de esta “cárcel al aire libre en que se ha convertido Gaza”[2]. Y al ver su proyecto genocida peligrar, Israel a pedido a Egipto que evite el éxodo, en otras palabras, que no permita que sus prisioneros se escapen. Pero aún así los palestinos lo han hecho, han abandonado su hogar para salvar su vida, y de momento lo han logrado. Hasta ahí la alegría y el orgullo.

Pero acto seguido la impotencia y la resignación. En primer lugar ante la hipocresía de Israel, que escudándose en el holocausto nazi pretende llevar a cabo su propio holocausto contra el pueblo palestino. En segundo lugar ante el apoyo que el Estado de Israel recibe del gran defensor de la paz y la lucha contra el terrorismo, ese señor que invadíó un país sin permiso de la ONU para establecer la paz y la democracia, me refiero, como no, al presidente Bush. En tercer lugar hacía la propia ONU, porque ante situaciones como esta sale a la luz cuál es el verdadero alcance que esta institución tiene, ninguno. Lo demostró en el genocidio de Rwuanda, lo demostró en la invasión de Irak, y lo demuestra cada vez que Israel atenta contra un palestino. La ONU solo vale para legitimar lo que el poder económico quiere que legitime. Y eso para muchos no es una sorpresa, pero no por ello debe dejar de indignarnos.

Pero en un mundo como el de hoy todo puede legitimarse en un breve espacio de tiempo, exactamente el tiempo que dura una imagen. Así el suceso real, el que necesita tiempo para producirse pierde valor.[3] La ONU y el gobierno de Bush legitiman sus acciones con imágenes. Hamas, el pueblo palestino, sencillamente realizan la acción. En un mundo sensato la acción se impondría a la imagen, pero no en éste.

Por eso quizá me hayan llamado tanto unas declaraciones de Alberto Ruiz Gallardón que recoge hoy el diario digital El País. “Hay que hacer caso a nuestro maestros”. Estas han sido las palabras de Gallardón. Y su sentido inmenso. De acuerdo que los maestros de Gallardón fueron los maestros del franquismo. Pero no es esto lo que quiero resaltar, si en cambio la figura del maestro. El maestro, a diferencia del profesor es el que se toma su tiempo para contar las cosas. El maestro, en su explicación de la realidad explica la acción. Porque el maestro no tiene prisa, por eso no necesita recurrir a una imagen fugaz que represente, imite la realidad, si no que puede explicarla, puede hablar sobre ella. El maestro materializa la explicación en acción. Sócrates era un maestro porque se tomaba su tiempo, porque recogía la acción, y eso le permitía comprender la realidad. Acabo con una sentencia de muerte. Es el precio que tienen que pagar quienes recogen la acción. El precio que, a ojos de Israel, tiene que pagar el pueblo palestino.
[1] http://www.elmundo.es 23/01/08
[2] La sexta Noticias. Edición del medio día.
[3] Cfr “Leer con niños” Santiago Alba Rico Ed. Caballo de Troya 2007