Viernes 8 de febrero de 2008
Hoy mientras dedicaba algo de tiempo al estudio y la lectura me he parado a pensar cuanto tiempo hace que la Iglesia Católica participa en los asuntos de Gobierno. Y me he dado cuenta de que me tengo que remontar casi hasta los propios orígenes de dicha institución y recorrer un largo trecho de historia que pasa por hermanamientos entre poder civil y eclesiástico, enfrentamientos entre gibelinos y güelfos por dicho poder, y guerras propias de la religión para mantener su hegemonía económica, y guerras en las que en principio la religión no importaba pero la Iglesia siempre acababa metiendo la cabeza.
Con la creación de los Estados modernos parecía que la religión iba a ser, por fin. Relegada al orden de lo privado, y de esta manera dejar de tener una influencia en el devenir de la política, pero no resulto así. Muchos años más tarde, mientras se critican los regímenes “fundamentalistas” islámicos no nos damos de hasta que punto la Iglesia Católica interviene tanto en política como la religión del Corán lo hace en sus países propios.
En los últimos días esto está quedando más patente, sobre todo viendo las manifestaciones que se promueven desde la iglesia, o incluso esa “petición de voto” por parte de los obispos que tanto ha molestado a Zapatero. Pero esta intromisión no es nueva. En España estamos acostumbrados a que la Iglesia Católica se pronuncie sobre cientos de asuntos políticos. Y no solo por parte del Episcopado español, si no por parte de los sucesivos Papas, que actúan como profetas todavía hoy. Esa sea, tal vez, la mayor diferencia entre el catolicismo y el Corán, que los católicos todavía tienen profeta, para dar interpretaciones en función de lo que más interese.
Si realmente la política pertenece a la esfera de lo público, y la religión a la esfera de lo privado, no se entiendo por qué la Iglesia Católica sigue manteniendo ese poder político. España parecía reconocerlo así cuando en su Constitución se declaraba como “Estado laico aconfesional”. Pero la realidad es totalmente distinta. Un verdadero Estado laico y aconfesional sería aquel en el que en ningún momento ninguna religión sería beneficiaria del Estado, dejando de este modo que todo asunto relacionado con la fe estuviera exclusivamente ligado con el ámbito privado de la persona y consiguiendo así una autentica libertad de culto en la que la elección del tipo de religión a seguir sea solo una cuestión personal o, en cualquier caso, fruto de la educación familiar, pero de ningún modo favorecida por el Estado. Y en España esto no es así.
El Estado español ha favorecido descaradamente a la Iglesia Católica y parece que seguirá siendo así por mucho que Zapatero anuncie cambios en su trato con la Iglesia[1].
De momento hay que señalar que el Gobierno de este apologeta del laicismo es el que mas financiación económica ha dado a esta institución. Más, incluso, que el Gobierno de Jose Maria Aznar. Mientras que éste, en el año 2000, financió la Iglesia con 128,1 millones de Euros, Zapatero dio, en el 2006, 144,24 millones de Euros y una reciente revisión a la alza del porcentaje del IRPF entregado por el Gobierno. Si a todo esto le sumamos que, “según el Ministerio de Hacienda la conferencia Episcopal y la Iglesia perciben 150 millones de euros de la dotación de IRPF; 3.200 millones de euros en subvenciones a colegios concertados; 517 millones para sueldos de profesor de religión; 90 millones a organizaciones sociales; 60 millones a hospitales e instituciones de beneficencia; 30 millones a capellanías castrenses en cárceles y cuarteles; 200 millones para el patrimonio inmobiliario y artístico; 60 millones para otras actuaciones en el ámbito urbano. A esto hay que añadir unos 750 millones de euros de ahorro por desembolsos fiscales no realizados. Tenemos que la Iglesia Católica percibe anualmente una suma que ronda los 5000 millones de euros.”[2]
Parece claro, entonces, que, en primer lugar, la Iglesia debiendo pertenecer al ámbito de lo privado sigue siendo costeada con fondos destinados a gasto público; que, esto mismo, hace que la Iglesia Católica salga beneficiada frente a otro tipo de religiones, llevando a contradicción eso de que estamos en un estado laico y aconfesional; que, esa misma Iglesia, sigue usando su influencia para interferir en la vida política según sus propios intereses; y que todo enfrentamiento entre el actual gobierno y dicha institución no es más que un paripé y un circo mediático para que cada uno de los implicados se refuerce de cara a sus seguidores.
[1] http://www.elimparcial.es/contenido/2813.html
[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62946
lunes, 11 de febrero de 2008
Jueves 7 de febrero de 2008.
Hoy voy a empezar sin tapujos. Y lo voy a hacer de la mano de unas declaraciones del responsable de economía y empleo del PP Arias Cañete, en las que declaraba que “La mano de obra inmigrante no es cualificada. Ya no hay camareros como los de antes.”[1]
En primer lugar, me pregunto si cuando se dice “la mano de obra inmigrante”, el señor Arias Cañete se refiere a la mano de obra inmigrante en general, es decir, a la de todos aquellos que por necesidad salen de su país, dejando en él a su familia y su historia, entre los cuales estuvieron, no hace mucho cientos de españoles, o se refiere a la mano de obra inmigrante que se está dando ahora concretamente en España. Todo hace pensar que, obviamente, no se refiere a la primera, si no más bien a la segunda.
Todavía me aborda otra duda. Cuando Arias Cañete se refiere a esa mano de obra inmigrante que se esta dando aquí y ahora en España, ¿se refiere a todos los inmigrantes que desempeñan un puesto de trabajo en España? Me da en la nariz que la respuesta es no. Y no por aquello de que no se puede generalizar, si no porque Arias Cañete se refiere a una inmigración muy concreta que ocupa unos puestos muy específicos.
Arias Cañete no se refería en su afirmación a, por ejemplo, la enorme cantidad de futbolistas extranjeros que militan en equipos de fútbol españoles. No, y eso que estos señores también serían “mano de obra inmigrante”, pero una mano de obra extremadamente cualificada a tenor de los sueldos que reciben y el prestigio que poseen, prestigio que se eleva hasta tal punto que a cualquiera de los que asegura que la inmigración es un problema no le importaría que esta otra clase de inmigrantes siguiera llegando. Pero no, Arias Cañete se refiere a otro tipo de inmigrante, y por supuesto a otro tipo de empleo. No es baladí que el ejemplo que Arias Cañete tome sea el de camarero. El empleo de camarero representa, junto al de personal domestico, el paradigma de la servidumbre. El paradigma de aquellos puestos donde se genera mayor plusvalía. La plusvalía según Marx era aquello que surgía de la diferencia entre el valor de cambio que el propietario de los medios de producción daba al obrero por su fuerza de trabajo, y el valor de cambio que tenía realmente el producto realizado con dicha fuerza de trabajo. Pues bien, esta plusvalía era cuantificable en la medida en que se creaba un objeto, se obtenía un producto, pero en los trabajos del tipo como el de camarero, no se genera un producto, o más bien, el producto es un servicio en el más estricto sentido de la palabra. Se trata de un puesto en el que la voluntad se somete a la orden del cliente. La fuerza de trabajo no produce un objeto material y cuantificable y en este sentido, se hace imposible calcular la plusvalía, no porque no exista, si no porque no tiene referente. Por todo ello, este tipo de puesto tiene una connotación social y un significado específico. La de aquel trabajo en el cual al no haber propiamente producto, la fuerza de trabajo empleada es menos valorada, de modo que cualquiera puede hacerlo. Y según Arias Cañete, los inmigrantes no lo saben hacer, es decir, los inmigrantes no son “cualquiera” no entran dentro de la misma categoría que todos aquellos a los que consideramos cualquiera. Son otra cosa. “Ya no hay camareros como los de antes”, no es una apelación a la profesionalidad de los camareros, si no a que “cualquiera” pueda ser un camarero. Obviamente, Arias Cañete maneja ese concepto por el que “cualquiera” nunca podrá ser un inmigrante. Seguramente porque el piense, más por la línea de Democracia Nacional, que esa “escoria venida de tierras lejanas”[2] solo es capaz de generar violencia, delincuencia y otras cosas de ese estilo que “cualquiera” no haría.
Por otra parte y viendo como funciona el asunto en España, deberíamos pensar, más bien, que esa ineficacia de la que habla Arias Cañete no es patrimonio de la mano de obra inmigrante, si no de otro tipo de personas que demuestran su inoperancia con declaraciones de esa guisa.
[1] http://www.elpais.com “Arias Cañete cuestiona la eficacia en el trabajo de los inmigrantes. 07/02/08
[2] Cfr Sábado 19 de enero 2008
Hoy voy a empezar sin tapujos. Y lo voy a hacer de la mano de unas declaraciones del responsable de economía y empleo del PP Arias Cañete, en las que declaraba que “La mano de obra inmigrante no es cualificada. Ya no hay camareros como los de antes.”[1]
En primer lugar, me pregunto si cuando se dice “la mano de obra inmigrante”, el señor Arias Cañete se refiere a la mano de obra inmigrante en general, es decir, a la de todos aquellos que por necesidad salen de su país, dejando en él a su familia y su historia, entre los cuales estuvieron, no hace mucho cientos de españoles, o se refiere a la mano de obra inmigrante que se está dando ahora concretamente en España. Todo hace pensar que, obviamente, no se refiere a la primera, si no más bien a la segunda.
Todavía me aborda otra duda. Cuando Arias Cañete se refiere a esa mano de obra inmigrante que se esta dando aquí y ahora en España, ¿se refiere a todos los inmigrantes que desempeñan un puesto de trabajo en España? Me da en la nariz que la respuesta es no. Y no por aquello de que no se puede generalizar, si no porque Arias Cañete se refiere a una inmigración muy concreta que ocupa unos puestos muy específicos.
Arias Cañete no se refería en su afirmación a, por ejemplo, la enorme cantidad de futbolistas extranjeros que militan en equipos de fútbol españoles. No, y eso que estos señores también serían “mano de obra inmigrante”, pero una mano de obra extremadamente cualificada a tenor de los sueldos que reciben y el prestigio que poseen, prestigio que se eleva hasta tal punto que a cualquiera de los que asegura que la inmigración es un problema no le importaría que esta otra clase de inmigrantes siguiera llegando. Pero no, Arias Cañete se refiere a otro tipo de inmigrante, y por supuesto a otro tipo de empleo. No es baladí que el ejemplo que Arias Cañete tome sea el de camarero. El empleo de camarero representa, junto al de personal domestico, el paradigma de la servidumbre. El paradigma de aquellos puestos donde se genera mayor plusvalía. La plusvalía según Marx era aquello que surgía de la diferencia entre el valor de cambio que el propietario de los medios de producción daba al obrero por su fuerza de trabajo, y el valor de cambio que tenía realmente el producto realizado con dicha fuerza de trabajo. Pues bien, esta plusvalía era cuantificable en la medida en que se creaba un objeto, se obtenía un producto, pero en los trabajos del tipo como el de camarero, no se genera un producto, o más bien, el producto es un servicio en el más estricto sentido de la palabra. Se trata de un puesto en el que la voluntad se somete a la orden del cliente. La fuerza de trabajo no produce un objeto material y cuantificable y en este sentido, se hace imposible calcular la plusvalía, no porque no exista, si no porque no tiene referente. Por todo ello, este tipo de puesto tiene una connotación social y un significado específico. La de aquel trabajo en el cual al no haber propiamente producto, la fuerza de trabajo empleada es menos valorada, de modo que cualquiera puede hacerlo. Y según Arias Cañete, los inmigrantes no lo saben hacer, es decir, los inmigrantes no son “cualquiera” no entran dentro de la misma categoría que todos aquellos a los que consideramos cualquiera. Son otra cosa. “Ya no hay camareros como los de antes”, no es una apelación a la profesionalidad de los camareros, si no a que “cualquiera” pueda ser un camarero. Obviamente, Arias Cañete maneja ese concepto por el que “cualquiera” nunca podrá ser un inmigrante. Seguramente porque el piense, más por la línea de Democracia Nacional, que esa “escoria venida de tierras lejanas”[2] solo es capaz de generar violencia, delincuencia y otras cosas de ese estilo que “cualquiera” no haría.
Por otra parte y viendo como funciona el asunto en España, deberíamos pensar, más bien, que esa ineficacia de la que habla Arias Cañete no es patrimonio de la mano de obra inmigrante, si no de otro tipo de personas que demuestran su inoperancia con declaraciones de esa guisa.
[1] http://www.elpais.com “Arias Cañete cuestiona la eficacia en el trabajo de los inmigrantes. 07/02/08
[2] Cfr Sábado 19 de enero 2008
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