Martes 15 de enero de 2008.
Me he despertado preocupado por un sueño. Un sueño en el que el tiempo pasaba tan rápido que si alguien hacía un vaticinio no era necesario esperar para ver si se cumplía, si no que bastaba un instante para verlo realizado. Y eso me hecho reflexionar sobre el tiempo. Y pensando, pensando se me ha ocurrido algo. El tiempo, aunque parezca ser una medida universal, no lo es. Me explico. Es cierto que todos medimos el tiempo en horas, minutos o segundos. Estas medidas si son universales, pero no son el tiempo. El tiempo, en realidad, debería medirse en actos y consecuencias, al menos en el mundo de los hombres. Porque está bien aplicar minutos, segundos, días o miles de años a fenómenos sometidos a leyes físicas, ya que la causalidad de éstas nos permiten deducir las consecuencias. Sin embargo, en el caso de los fenómenos que tienen que ver con los hombres, la puesta en juego de la libertad, impide que las consecuencias puedan ser previstas y, en ese sentido, el registro temporal en horas o días debería tener un valor secundario.
Habría que medir, como ya he dicho, en actos y consecuencias. De esta forma se pondría de manifiesto la relatividad del tiempo, relatividad que se haría patente en la existencia de los distintos ritmos. Estos distintos ritmos son los que articulan el tiempo para cada acontecimiento humano. Así, nos daríamos cuenta de que existe un tiempo en política, que es distinto de un tiempo de aprendizaje, o de un tiempo de trabajo, incluso de un tiempo de ocio. Todos ellos marcados por actos y consecuencias.
En este sentido me han llamado la atención dos acontecimientos de hoy. Por un lado, el anuncio de que el gobierno ha instado a la fiscalía para la ilegalización de ANV, del otro lado el anuncio del partido popular de que será Manuel Pizarro el elegido por Rajoy para tomar las riendas de la economía española si el gana las elecciones. Ambas pertenecen al tiempo de la política y, ambas, pueden medirse bajo el mismo esquema acto-consecuencia. El acto, la disolución de Las Cortes ayer y el inicio de la carrera electoral.
La consecuencia, un rápido golpe de efecto de los dos grandes partidos para tratar de aventar al rival por la carrera presidencial. El actual partido en el gobierno, que no había cedido hasta ahora a las presiones que el partido popular venía haciendo tiempo atrás para que se instase a la legalización de ese partido, ha demostrado, que si no lo había hecho hasta el momento no era porque realmente creyese en un Estado democrático en el que los ciudadanos tengan un variado espectro de posibilidades políticas para elegir, si no porque estaba esperando el momento. El momento en que el acto de instar a la ilegalización de ANV reportara una consecuencia política. Exactamente igual ha sucedido con el anuncio de la incorporación de Manuel Pizarro como segundo para las listas del PP. Mientras que el debate de las listas tomaba cuerpo para los ciudadanos con la posible inclusión de Alberto Ruiz Gallardón, el PP guardaba la solución para el momento oportuno, y una vez dado el pistoletazo de salida, mostraba su primera carta tocando otra de las preocupaciones importantes de los españoles, la economía.
Así, nos vuelven a mostrar sus tácticas, ponerse la piel de cordero para conseguir la situación beneficiosa que permita hacernos creer que son como nosotros, que están a nuestro nivel y que no hay diferencia entre cualquier ciudadano de a píe y ellos. Más aún, la de mostrar su buena voluntad como bandera de su dignidad para obtener el cargo al que se presentan.
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