miércoles, 23 de enero de 2008

Miércoles 16 de enero de 2008.

El sentimiento de pertenencia. Psicólogos, antropólogos y todo tipo de pensadores que hayan especulado sobre la estructura de la sociedad y de cualquier otro grupo han terminado por tropezar de una u otra manera con este escollo. ¿Qué nos hace sentirnos parte de algo? ¿Cuáles son las características que ha de tener algo para que podamos decir que mantiene una relación de pertenencia con respecto a otra cosa? La gente de a píe no le da tanta importancia. Hasta tal punto es así, que el ámbito de la pertenencia queda notablemente reducido a grupos relativamente pequeños – la familia, la empresa, los amigos, un partido político, una ciudad, un país-, en definitiva, grupos cuyos rasgos esenciales y sus objetivos pueden expresarse de forma concreta y sin ningún tipo de duda, o que de alguna manera están enmarcados en un espacio determinado y del cual se pueden fijar unos limites precisos. De esta forma, se puede decir que cuesta asimilar una pertenencia a un grupo cuyos rasgos diferenciales o cuyos límites sean difusos.

De lo que nos damos cuenta analizando lo anterior es, creo, sumamente importante. ¿Por qué necesitamos que esos rasgos diferenciales o límites estén tan claros en un grupo para poder identificarnos con él, para poder sentir que pertenecemos a ese grupo? La respuesta está, precisamente, en lo que esos rasgos o límites significan. Y lo que significan es la posibilidad de la exclusión. Reconocemos un grupo porque podemos excluir a alguien, porque no todos pueden formar parte de él. Por eso necesitamos rasgos diferenciales, y por eso necesitamos límites. Y, falta decir, por eso no somos capaces de reconocernos en un grupo de características abstractas como puede ser la humanidad. Estos límites son los que permiten establecer la diferencia con lo otro a lo que no pertenecemos, de forma que así podemos crearnos una identidad.

Por ejemplo, Alberto Ruiz Gallardón, brillante y carismático alcalde de Madrid por el Partido Popular, y posiblemente uno de los políticos mejor valorados en nuestro país – pese a sus pretensiones faraónicas. Gallardón pertenece desde hace treinta años a un grupo, su partido, en el que se ha forjado una identidad, y al que ha dado algunos éxitos. Pero Alberto es ambicioso, y sabe que dentro de un grupo puede haber grupos más selectos, por lo que de un tiempo a esta parte pone todo de su parte por pertenecer a ese grupo cuya concreción y límites son tales que solo puede estar formado por un número muy reducido de miembros. Me refiero, claro está, a las listas electorales de su partido. Y parecía que lo iba a lograr, cuando un giro del destino ha excluido a Ruiz Gallardón de ese grupo con el que tanto se identificaba. Resultado: el gran desamparo que le supone sentirse “triste y derrotado”.

Otro ejemplo. Hace unos meses el COE (Comité Olímpico Español) propuso dotar de letra al himno de España. Organizo un megaconcurso entre todos los españoles al que dotaron con todos los elementos de un buen marketing y lograron que se presentaran más de 7000 composiciones. Se nombro un jurado y se preparo una fiesta para dar a conocer la futura letra del himno. Pero salió mal, la letra se filtro antes de tiempo y el resultado no fue el esperado. La letra que tanto costo elegir no agradaba a casi nadie y su acogida no fue buena. Hoy la noticia es que el COE no retira esa letra y no la presentara a Las Cortes para que la voten, Pero ¿Qué es lo que realmente ha pasado? ¿Por qué no ha gustado la letra? Lo primero que tengo que decir sobre esto es que a mí los himnos ni me van, ni me vienen, porque creo que mi grupo de pertenencia es más amplio, pero aún así, puedo entender que a cada País le “haga ilusión” tener un himno. Lo que sucede es que un himno es un canto a la patria, y salvo en los países que recientemente hayan conquistado su independencia, trata de narrar de forma juglaresca las grandes gestas que han ensalzado a un país. Escúchese si no “La Marsellesa”, por ejemplo. Y estas letras han surgido todas durante la consolidación de los Estados, es decir, en momentos en los que todo el mundo se identificaba con su “patria” y se sabía perteneciente a ese grupo que formaban los miembros de su país, y en el que se podía dejar fuera a cierto numero de personas que no cumplían ciertos requisitos, entre ellos el no nacer en el territorio de ese Estado. Y el COE pretende que en España, ahora se escriba la letra de un himno, y que guste a todos. Pero esa letra solo puede gustar si cumple un requisito: que se pueda ver en ellas los rasgos distintivos, los límites que conformarían el grupo que “España” – como país- quiere cerrar. De ahí, la dificultad. Además, un elemento clásico en la letra de los himnos es acudir a rasgos de la historia, y si nosotros no podemos hacerlo así. No podemos por dos motivos, el primero es que una de las características que ese nuevo himno tenía que tener era la de no herir susceptibilidades, y el segundo es que nuestra historia reciente, lejos de ser grandiosa y loable, esta atravesada por la mentira y fundamentada en una dictadura cuyos posos todavía se mantienen en las estructuras de gobierno. Por eso todavía tiene sentido la pregunta ¿estamos preparados para un himno?

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